Esta novela no se adentra en un sentimiento idealizado ni en la típica historia de almas gemelas. Su amor es uno que persiste más allá de la razón, que desafía al tiempo y se aferra a los recuerdos con una intensidad casi dolorosa. No hay grandes gestos ni promesas de eternidad que se cumplan sin esfuerzo; en cambio, hay espera, tenacidad y una pregunta que resuena a lo largo de la obra: ¿es posible que un amor se mantenga intacto después de más de cincuenta años, o solo queda la sombra de lo que una vez fue?
He llegado a un momento en que la vida ha dejado su huella en los protagonistas. Fermina Daza ya no es aquella joven llena de impulsos que alguna vez se creyó enamorada de Florentino Ariza. Su vida al lado de Juvenal Urbino, aunque repleta de estabilidad, ha estado marcada también por la rutina y la resignación. Su matrimonio, que en su momento pareció una elección sensata, ha experimentado altibajos, distanciamientos y hasta una infidelidad que Fermina nunca logró enfrentar del todo. Ahora, tras la muerte de Juvenal, no se encuentra en la libertad romántica que uno podría suponer, sino lidiando con un profundo sentimiento de pérdida y cansancio, llevando el peso de lo que ha sido su existencia.
Y Florentino. . . Florentino continúa esperando. Han transcurrido más de cincuenta años desde que Fermina lo rechazara, y él ha construido toda su vida sobre la firme creencia de que, algún día, ella regresaría a su lado. Ha tenido amantes, sí, más de las que podría contar, pero cada una de esas relaciones ha sido efímera e insignificante en comparación con el amor absoluto que ha reservado para Fermina.
Lo inquietante es que, en el momento en que Juvenal Urbino muere de una forma casi absurda, persiguiendo a un loro por la casa, Florentino no espera ni un día para buscar a Fermina. Apenas han enterrado al difunto, y él ya se encuentra en su puerta, confesando que la ha amado sin descanso durante más de cinco décadas. No hay nada de luto, no hay espacio para el duelo; para Florentino, la espera ya ha sido demasiado larga.
Sin embargo, Fermina lo rechaza de inmediato. No solo eso: lo desprecia, lo considera ridículo. En este punto de la novela, siento que García Márquez nos enfrenta a una profunda ironía. La vida de Florentino ha estado marcada por un amor que, en la realidad, ya no tiene cabida. Fermina ha cambiado; ese amor juvenil que una vez compartieron no ha sobrevivido, al menos no para ella. Lo que persiste no es el anhelo de un reencuentro, sino la incomodidad de encontrarse con alguien que nunca logró soltar el pasado.
Florentino no se rinde. Con la paciencia que ha cultivado a lo largo de su vida, comienza a acercarse de nuevo, a escribirle cartas y a mantenerse presente sin resultar intrusivo. Aunque Fermina continúa rechazándolo, hay algo en su interior que empieza a fracturarse. No es amor, ni siquiera un deseo latente, pero sí una conciencia de que el pasado nunca se desvanece por completo.
Lo que me atrapa es la sensación de que esta historia no se encamina hacia un final de cuento de hadas. Continúo leyendo, convencida de que esta no es una historia de amores perfectos ni de esperas que traen recompensas. Es una narración sobre lo que el tiempo hace en nosotros, sobre cómo metamorfoseamos nuestros recuerdos y, en ocasiones, sobre cómo el amor se convierte en una idea a la que nos aferramos sin querer soltar.
Excelente avance.Tenga en cuenta por favoritas sugerencias que le hice.Gracias
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