La muerte de Juvenal Urbino no es sólo el punto de quiebre de una historia matrimonial; es también el inicio de una transformación en Fermina Daza. Durante más de medio siglo, su vida estuvo marcada por la estabilidad burguesa, la rutina conyugal y el peso de una vida social bien estructurada. La pérdida de su esposo abre una grieta por la que se cuela el silencio, el duelo, y la posibilidad de repensar su propia existencia.
En su viudez, Fermina experimenta un desarraigo emocional que nunca había sentido, ni siquiera cuando rechazó a Florentino en su juventud. Es precisamente en esa vulnerabilidad donde él reaparece, ya no como un joven poeta, sino como un anciano dispuesto a ofrecerle compañía. Al principio, ella lo considera un descarado, un hombre que aprovecha su tristeza para hablar de amor. Pero, a través de cartas, visitas y paseos, Florentino logra algo que nadie había logrado en décadas: hacerla reír, pensar y sentirse viva otra vez.
García Márquez construye aquí un retrato maravilloso de cómo el amor puede cambiar de forma sin perder su esencia. Fermina, que fue tan firme al rechazar a Florentino en su juventud, ahora comienza a abrirle las puertas con una lucidez nueva. Ya no se trata de mariposas en el estómago ni de promesas eternas. Es una aceptación serena de que, aunque tarde, la vida todavía puede ofrecer momentos de ternura, de complicidad, y sí, sobre todo de amor.
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